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¿La cruz del matrimonio? (5)


“… y me siga …”

Esta afirmación aparece en el último lugar dentro del orden planteado por el Señor. Es decir, primero han de cumplirse los mandatos de negarse a sí mismo y cargar con la propia cruz. Sin esta experiencia de vida NO es posible cumplir el tercer requerimiento: seguir a Jesús.


En el ámbito matrimonial, esto significa que:


1. En el hogar ha de vivirse con amor la negación de sí mismo(a) en función de la felicidad de la otra persona (ojo, esto no es masoquismo, ni significa perder la identidad propia).


2. Ha de cargarse con amor la cruz propia de la lucha contra los defectos (es decir, darse cuenta y cambiar!). Al mismo tiempo, ha de efectuarse la convivencia pedagógica con los defectos de la otra persona (“te amo, te acepto como eres y quiero ayudarte a ser mejor”)


3. Finalmente, como lo ha afirmado el Señor, los esposos han de seguir a Jesús en su vida matrimonial, no solamente imitando Su ejemplo, sino también llevando una vida de oración y sacramentos e invitándolo a formar parte del matrimonio para que Él vaya mostrando el camino y puedan así seguirlo más decididamente.


El énfasis de esta expresión final está en el verbo seguir. La RAE define la palabra seguir como ir en busca de alguien, o en compañía de alguien. Los matrimonios católicos han de buscar a Jesús y acompañarse de Él. Ambas cosas son necesarias y no son excluyentes, pues la persona de Jesús siempre trae conocimientos y experiencias nuevas que no cesan de surgir y presentarse a lo largo de la vida. Además, el mismo Jesús se hace presente a través del vínculo sacramental para acompañar, sostener, inspirar y fortalecer a los esposos.


Por el sacramento matrimonial, el mismo Señor ayuda y completa lo que los esposos no alcanzan a aportar, como por ejemplo ese amor extra que en algún momento no puede ofrecer el amor humano, esa cuota de paciencia, humildad u obediencia que a veces no está al alcance de uno o ambos esposos, esa luz de sabiduría que necesitan para enfrentar un momento decisivo, y así en todos los aspectos de la vida matrimonial. En la vida diaria de los matrimonios católicos ¿están los esposos creando las condiciones para que esto suceda? ¿buscan a Nuestro Señor y se hacen acompañar de Él?


Muchas personas dicen que todo esto es muy bonito pero no se está viviendo porque la Iglesia no está haciendo lo que debe hacer, es decir, formar a los católicos. Es cierto en cuanto hay mucho por hacer y el Papa Francisco lo ha identificado muy certeramente, al afirmar que la escasa preparación para el matrimonio es un pecado de omisión de los pastores y los laicos y es un aspecto que no debe tomarse a la ligera, pues consiste en un proceso formativo prolongado, permanente. En eso está la Iglesia, desarrollando formas de llenar ese vacío.


Al mismo tiempo, podemos plantear una pregunta que puede servir para hacer una reflexión personal: “Tú, como católico(a), ¿qué has hecho para prepararte y vivir plenamente tu matrimonio?”.


Y cabe también el siguiente comentario final:


La ignorancia de muchos católicos en asuntos de fe, así como las deficiencias en sus procesos de crecimiento integral (incluyendo las fallas en el mejoramiento de su manera de ser), son factores que inciden notoriamente en los fracasos matrimoniales. Hay una gran tarea por hacer: recuperar el esplendor del sacramento del matrimonio, a partir del testimonio de una vida plena en comunión con Dios y con la Iglesia.

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